Los niños
en edad preescolar se encuentran en una etapa donde su aprendizaje social,
cognitivo y del lenguaje se está desarrollando rápidamente, al mismo tiempo que
muchos de ellos comienzan a experimentar diferentes emociones primarias (rabia,
frustración y miedo) que luego se van complejizando, y a ser confrontados por
las demandas crecientes del medio ambiente. Haciéndose evidente la necesidad de
una educación integral que fomente habilidades o patrones de comportamiento que
les permita ser socialmente competentes.
La enseñanza
de las habilidades prosociales son particularmente importante en el caso de los
niños de preescolar y los primeros años de primaria. Hay múltiples razones para
esto:
En primer
lugar, debido a su temprana edad, los niños (as) de tales niveles apenas están
desarrollando sus procesos de socialización. Por consiguiente, es probable que
aún no hayan adquirido un número significativo de las destrezas en cuestión. El
trabajo con los niños pequeños en torno a las habilidades prosociales en el
ámbito escolar constituye, entonces, un gran aporte a su crecimiento.
En segundo
lugar, es de inestimable valor trabajar dichas destrezas en la escuela debido a
que en nuestro medio los padres frecuentemente suponen que éstas “se aprenden
de manera automática”, es decir, creen que su hijo (a) debe adquirir las
habilidades prosociales con sólo compartir con sus pares. Este enorme equívoco
hace que no le presten atención a tan importante área de la educación del niño
(a) y, en consecuencia, muy frecuentemente el estudiante del preescolar o de
los primeros años de primaria presenta grandes deficiencias en el manejo de una
cantidad considerable de dichas conductas prosociales.
En los casos
en que el niño (a) ya haya adquirido algunas de estas habilidades, el trabajo
específico en torno a ellas cumple la valiosa función de afianzar su
desenvolvimiento social y personal. De este modo, se propicia un desarrollo más
firme y rápido en el niño (a).
Finalmente,
la enseñanza de las habilidades prosociales contribuye también al desarrollo de
la personalidad y las habilidades cognitivas e intelectuales del niño (a). Esto
se debe a que tales destrezas promueven en el niño (a) la autoestima y la valoración
de sus propias ideas y sentimientos y lo estimulan para la realización de
actividades que le exigen clarificar sus ideas, escoger alternativas, sustentar
sus opciones y otras funciones que elevan sus niveles de percepción e
inteligencia.
En esta medida se puede decir que la educación prepara
para la vida y se impone atender al desarrollo emocional, como complemento
indispensable al desarrollo cognitivo. La educación emocional se propone el
desarrollo de la personalidad integral del individuo. Esto incluye el
desarrollo de competencias emocionales: promover actitudes positivas ante la
vida, habilidades sociales y empatía, de cara a posibilitar unas mejores
relaciones con los demás (De Andrés, 2005).
La desadaptación
social infantil, lo que se ha relacionado con problemas futuros que incluyen desadaptación
en la escuela (Gronlund & Anderson, 1959), el rechazo de los compañeros
(Quay, 1979), y la delincuencia posterior (Roff, Sale, & Golden , 1972). Se
ha encontrado que los niños con habilidades interpersonales deficientes, en
comparación con sus pares socialmente competentes, están en alto riesgo de
tener problemas de adaptación durante la niñez (Green, Forehand, Beck, & Vosk,
1980; McConnell y otros, 1984; Patterson, 1982) y la adultez (Cowen, Pederson,
Babigian, Izzo, & Trost, 1973). Además, se ha hallado que la competencia
social de los niños de preescolar es predictora de sus logros académicos en la
escuela elemental (Kohn, 1977).
La adaptación socio-emocional asegura el futuro funcionamiento psicológico (Michelson,
Sugai, Wood y Kazdin, 1987).
Tomado de:
McGinnis, M., Goldstein, A. (1990). “Programa de
habilidades para la infancia temprana” Ed. Research Press, Illinois, 1990, 187
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